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La lúcida seguridad de Antonio Guerrero

Por Ángel Alonso Blanco

Para un guerrero, el mundo es extraño porque es estupendo,
pavoroso, misterioso, insondable.
Carlos Castaneda (Viaje a Ixtlan)

Emigrar en avión tras ganarse un «bombo(1)» o ser reclamado por un familiar que te espera y protege no es lo mismo que arriesgar la vida; estar dispuesto a todo por lograr  la libertad personal dice mucho de un individuo. Esa vivencia, a la que no todos nos  atrevemos, ha de tener un peso muy grande en la vida del balsero(2), ese radical  emigrante que quema todas las naves y muere para nacer otra vez. Impresionado por su obra -y con mucho respeto hacia ella- el crítico trata esta vez con elementos de la vida del artista que no puede dejar fuera de su análisis por considerarlos «extra-artísticos», pues el arte y la vida están más ligados de lo que parece. Nada en la experiencia del artista está fuera de su obra, esta la contiene sea de manera consciente o no.

Lo inesperado en el caso de Antonio Guerrero (Matanzas, 1968) es que el dramatismo que queda impregnado en su muy específico humor, esa tragedia a la que se han referido otros autores a la hora de analizar su trabajo, trasciende su condición personal y resulta mucho más universal que la de muchos de sus colegas, que enarbolan más balsas que él en sus pinturas e instalaciones, pero sin haber estado nunca en ellas, numerosos artistas emigrados y no emigrados que las explotan como garantía de éxito, aunque nunca arriesgaron sus vidas, aunque nunca cruzaron el mar infestado de tiburones.
 
Guerrero ha trascendido hace tiempo el camino de ilustrar su historia personal, en vez  de ilustrarla la encarna, su pintura se ha enriquecido desde que a sus remos les salieron espinas y desde que los hilos azules de sus botes se ataran a la nueva costa, una desconocida e inexplorada que tomaba la forma de un enigmático animal. Con el tiempo y adentrándose en la nueva realidad que hoy lo circunda, su vuelo de libertad alcanza a contextualizar temas universales como Leda y el cisne o La bella y la bestia, para  entregarnos una obra que paradójicamente es directa y hermética. Directa, porque no se  anda con rodeos y resume muy gráficamente una idea bien definida y concisa, hermética, porque no admite una interpretación que apunte a un significado concreto.
 
El arte cubano ya contaba con algunos artistas que, aunque de forma muy diferente,  manejaban este tipo de código a la vez concreto y abierto. Jesús Rodríguez de Armas,  Humberto Peña, incluso Chago Armada, poseían también ese don de humoristas polisémicos, un tipo de obra que sin dejar de poseer elementos del comic, del humor  gráfico, son mucho más que eso y no serían comprensibles si se imprimieran en una revista popular. Es este humor siniestro y visceral, interno y contenedor de los más profundos pensamientos del inconsciente, lo que hace especial la obra de Guerrero, poseedora de una figuración que con el tiempo se ha hecho cada vez más personal,  soltando poco a poco las heredadas muletas que, si bien le ayudaron a levantarse (como  a todos, pues ya decía Mosquera que «en cada obra, yace otra en espera»), no las necesitará más, pues ha alcanzado una madurez y una bien marcada voz propia.
 
La mezcla suculenta de lo místico y lo humorístico, el uso estridente del color y las  atrevidas composiciones (algunas de ellas poseedoras de ese contraste entre líneas rectas  y figuras expresionistas con que nos sacudió Francis Bacon, otras con esa herencia  africana que marcó a otros artistas cubanos) van construyendo el edificio propio de Antonio Guerrero. Su constante trabajo y su inteligencia intuitiva hace que toda influencia sea asimilada y superada, cada aprendizaje de sus predecesores ha fraguado  resultando un discurso íntimo, personal y con una capacidad de comunicación sensorial que deja atónito al espectador.
 
Hechizantes y provocadoras a un mismo tiempo, condensadoras de lo más universal y lo más cubano, del surrealismo más profundo y del choteo criollo que caracterizó a las  artes plásticas de la segunda mitad de los 80, portadoras de imágenes universales e íconos locales reconocibles (la Virgen de la Caridad, la palma, Martí…) las obras de Antonio Guerrero poseen esa descomunal fuerza que les otorga el artista cuando su  camino ya ha sido delineado, cuando arriba a ese estadizo de seguridad en sí mismo que  da la lucidez.
 

La colección permanente de The Baker Museum y otros importantes espacios han exhibido y exhiben su obra, pero su presencia en los escenarios sacros del arte no han transformado su lenguaje. Ha estado en el Kendall Art Center, en Artium Art Gallery,  en Artsee Hudson New York, en Art Evey Contemporany Palm Beach, en importantes  eventos como la International Art Fair Miami… No es cierto entonces que el éxito  domestique al artista. No en el caso de Antonio Guerrero.


  1. Lotería de visas, programa que ofrece la posibilidad a los cubanos de emigrar a Estados Unidos  mediante un sorteo. 
  2. Palabra popular con que se designa al emigrante cubano que atraviesa el estrecho de la florida para  emigrar a los Estados Unidos, sea en una balsa u otra pequeña embarcación improvisada.